Las etiquetas diagnósticas pueden ser un peligro cuando comenzamos a usarlas de forma excesiva y exagerada, cuando las personas las utilizan para definirse así mismas y dejan de pensarse.
Llevo unos meses leyendo artículos sobre psicología con nuevas etiquetas diagnósticas que intentan definir a una población en vez de a una persona, una etiqueta que se queda en lo superficial sin ahondar en qué les ocurre, en quiénes son, en por qué les pasa lo que les pasa.
Las etiquetas diagnósticas no tendrían por qué resultar un problema si se usaran en un ambiente clínico pero, internet ofrece a cualquier tipo de lector un conocimiento sobre diferentes trastornos mentales que le llevan a señalar todas las posibles enfermedades que podría tener, por lo que se convierte en una búsqueda de descubrir quién es y qué es lo que le ocurre a través de un listado de aspectos que definen a una población, no a su persona.
Se van creando etiquetas diagnósticas con este fin de diagnosticar cualquier cosa que le pueda ocurrir a una persona, sin detenernos a pensar que este sujeto es mucho más que el síntoma que le provoca sufrimiento, que habrá que ver porqué ha desembocado en dicho síntoma y no en otro, que hay que darle la oportunidad de hablar y hablar para descubrir qué trae en su discurso.
Como esa preciosa cebolla a la que vamos quitándole capas, con suavidad para no romper ninguna y a un ritmo tranquilo, para no ir más rápido de lo que ella misma podría.